Por Rodrigo A. Medellín
Uno de los proyectos de máxima prioridad del gobierno actual es el llamado Tren Maya. El presidente Andrés Manuel López Obrador ha dicho que se trata de una obra necesaria; que no va a entrar en conflicto con el medioambiente; que será una hazaña que empleará a miles de personas y traerá prosperidad a los habitantes de la península de Yucatán. Sin embargo, muchas voces se han alzado para resaltar la falta de planificación, las presiones políticas, la desatención al tema ambiental y la falta de apoyo de muchas comunidades locales al ferrocarril así como el posible amedrentamiento de otras. Ante la falta de un Proyecto Ejecutivo en el que se planteen de manera clara y definitiva los trazos, las técnicas, y los puntos específicos que tocará el Tren Maya, he pensado que presentar un breve recorrido por el contexto histórico, geológico, hidrológico, ecológico, cultural y social de la península podría ayudar a entender en toda su magnitud las implicaciones del proyecto. Al final, concluyo con algunas recomendaciones en el mejor de los espíritus para todos los involucrados.
El escenario
La península de Yucatán tiene una enorme presencia en México y el mundo. Su fama se debe no solamente a la extraordinaria riqueza cultura y social que le da su historia maya, sino también la famosísima cocina yucateca y la yuxtaposición de ecosistemas riquísimos y contrastantes como sus selvas, sus manglares, sus arrecifes, su acuífero subterráneo, sus cenotes y las innumerables y profundisimas cuevas y cavernas que la marcan de norte a sur y de este a oeste.
Lo más mágico de esta amalgama ecológica, cultural, social e histórica es que todos sus componentes están conectados por un suceso que ocurrió hace 66 millones de años: el impacto de un asteroide de unos diez kilómetros de diámetro que golpeó con violencia la tierra en la zona de lo que hoy es la costa noroeste de la península, que en ese momento aún estaba debajo del nivel del mar. El impacto provocó una explosión equivalente a cien millones de megatoneladas de TNT —unas 6600 veces más poderoso que la bomba que devastó a Hiroshima— y tuvo repercusiones en toda la región.
El impacto del meteorito es el factor más aceptado para explicar la extinción de los dinosaurios y de muchísimas otras especies. Además, causó megatsunamis de más de cien metros de alto que alcanzaron lo que hoy es Florida, Texas y Louisiana. La superficie del mar y la roca madre de la península también sufrieron impactos muy importantes, que causaron grandes alteraciones en la geología de la península, desde la creación de un anillo de cenotes con un radio de noventa kilómetros en torno al cráter hasta la formación de la Sierrita de Ticul y la emergencia de la tierra en el norte de Yucatán más de cuarenta millones de años después. Las ondas de choque subterráneas alcanzaron hasta el subsuelo de Louisiana. El resultado es que en Yucatán existen más de 7000 cenotes. El agua dulce de la península está por debajo de la superficie del suelo, y cuando se acerca a la costa se forma una interfase entre ella y el agua salada. Esta última, al ser más densa, queda debajo del agua dulce.
Las cuevas y cenotes de la península crean un paisaje casi irreal por su belleza, complejidad, interconectividad, e importancia para la vida silvestre y la vida humana. Las cuevas de la península, tanto las inundadas como las secas, revisten una importancia sin paralelo por su abundancia numérica y extensión, sus aspectos ecológicos, su contexto histórico maya, la complejidad ecosistémica que acogen, y los servicios y beneficios que prestan. Por ejemplo, en la península se encuentran las grutas subacuáticas de mayores dimensiones en todo el planeta: la gruta Sac Actun, por debajo de la superficie del agua, tiene una extensión de más de 360 kilómetros y varía en profundidad entre doce y 120 metros. La interconexión entre las cuevas hace que los daños a una de ellas se reflejen en un deterioro del ecosistema y de la calidad de agua a decenas o cientos de kilómetros.
El acuífero de la península alberga muchas especies de peces e invertebrados únicos, endémicos y en peligro de extinción. Los servicios y beneficios que prestan se dispersan por cientos de kilómetros a la redonda de cada cueva y tocan no sólo muchos aspectos del funcionamiento de los ecosistemas, sino también de nuestras vidas. La roca madre que sustenta la península, esa roca que ha emergido del mar lentamente durante los últimos quince millones de años, es porosa, quebradiza y frágil, a la cual el paso del agua esculpe, erosiona y moldea. Es una roca muy delicada que muchas veces se rompe con el simple paso de un vehículo automotor. Hemos visto la aparición de hoyos de varios metros de diámetro en el pavimento de la carretera federal Tulum-Cancún, que se han abierto con el paso de un tráiler particularmente pesado y que han roto el aislamiento de millones de años de los ecosistemas cavernícolas resguardados por la roca caliza de la península. ¿Un tren sobre ella? Ni hablar…
Crónica de un desastre anunciado
Los trabajos de construcción del Tren Maya iniciaron en mayo de 2020, sin que existiera un plan ejecutivo que definiera el tipo de tren, la ruta, los impactos sociales o ambientales que tendría, ni tampoco un objeto específico del proyecto más allá de “traer prosperidad y oportunidades” a los habitantes de la península. Tampoco existían manifestaciones de impacto ambiental ni medida de mitigación alguna. La gente del tren no conocía la zona, las complicaciones y los retos en el terreno, ni tampoco las limitaciones que presentan las características geológicas, ecológicas y sociales de la península. Esto es preocupante, pues dado el origen geológico de la península y los accidentes topográficos que posee, es impensable que un tren pueda cruzarla: se van a presentar hundimientos, rupturas, alteraciones de la roca, contaminación y desviaciones que causarán cambios impredecibles en la infraestructura del tren y, por supuesto, en el funcionamiento de los ecosistemas de la península.
Desde entonces muchas voces se han alzado para alertar sobre la falta de planificación. Otros han sonado la alarma sobre las consultas a modo con las que la administración pretende justificar el proyecto, que han sido ejercicios sesgados y con respuestas dirigidas a apoyar el proyecto del presidente. El plan ejecutivo sigue brillando por su ausencia, y la prueba está en la interminable serie de cambios en la ruta, en el tipo de tren y en el enfoque comercial del proyecto. Esta ausencia de planeación deja en propios y ajenos un sentimiento de incertidumbre; de que las cosas se están haciendo “sobre las rodillas” conforme los retos se van encontrando. Queda la clara sensación de que el hilo se rompe por lo más débil: los grandes corporativos y empresarios en la zona de Cancún-Tulum inicialmente estuvieron a favor del tren, pero cuando vieron que la construcción alteraría el acceso a sus hoteles y comercios presionaron al gobierno para que cambiara la ruta. ¿A dónde cambiarla? Pues a donde menos resistencia haya y donde construir cause menos problemas políticos para el gobierno: a la selva, donde los afectados no tienen voz ni voto: jaguares, monos, tapires, y murciélagos. Y, por supuesto, donde las comunidades mayas menos conectadas con la industria del turismo no puedan protestar ni poner presión política electoral sobre el régimen en el poder.
Insisto: muchos hemos resaltado los serios peligros que un proyecto así encierra. Muchos hemos indicado que hay mejores maneras de lograr los fines que el presidente busca con el Tren Maya: maneras más sólidas, mejor planteadas y fuertemente asentadas en la ciencia y en el conocimiento tradicional de los pobladores de la península. Quienes hemos alzado la voz hemos sido percibidos por el presidente como enemigos del régimen, como críticos ignorantes, como villamelones que no sabemos de lo que hablamos. Hemos intentado entablar un diálogo, pero a pesar de las constantes declaraciones del presidente insistiendo en su apertura, la conversación aún no se ha dado —y no por falta de disposición de la parte de quienes consideramos que hay mejores formas de construir un proyecto como el Tren Maya—.
Los efectos del Tren Maya son reales, son relevantes, y tendrán consecuencias severas para todos
Los servicios ecosistémicos son beneficios innegables que todos recibimos y que la biodiversidad proporciona sin un costo aparente, pero que evidentemente nos cuestan —más si no garantizamos la integridad ecosistémica que los provee para el futuro—. Tenemos muchos ejemplos de los desastres que suceden cuando los humanos excluimos o no tomamos en cuenta a la naturaleza en nuestros planes. El estado de Tabasco ha sido por décadas víctima de políticas de deforestación que hoy causan inundaciones, plagas de mosquitos y altos índices de enfermedades como el dengue y el paludismo. Al eliminar la selva, que funciona como una alfombra que absorbe y regula las lluvias torrenciales, permitimos que las tormentas caigan sin control encima de los poblados, inundando, arrastrando y eliminando propiedades, animales, humanos y más. La costa de Tabasco tiene ya comunidades severamente afectadas por el aumento en el nivel del mar. Estas comunidades pierden hileras de casas cada año conforme el mar avanza sobre ellas. La eliminación de los manglares y por supuesto el cambio climático han exterminado los servicios ecosistémicos. La gente sufre falta de agua potable y limitaciones para la producción de alimentos. Por su parte, la biodiversidad ha sido degradada y depauperada hasta niveles en los que ya no puede sustentarse a sí misma o al ser humano.
En la zona del Tren Maya ya se ha documentado que los monos han visto sus movimientos limitados y reducidos. Los animales quedan restringidos a la franja entre los estragos de la maquinaria pesada preparando el paso del tren y la carretera Tulum-Cancún, que por sí misma es una barrera infranqueable que ya ha causado muchas muertes de tapires, jaguares, monos y mucho más. La selva de la península es, a pesar de lo que diga el presidente, muy extensa aún: sobrepasa los doce millones de hectáreas. Ciertamente se han extraído de ahí y se siguen extrayendo grandes volúmenes de madera y de materiales para construcción (léase Calica y el nuevo proyecto de extracción del material para el tren en Chemuyil). Pero la selva es noble y siempre intenta regenerarse si tan sólo los humanos se lo permitimos.
La selva de la península de Yucatán forma parte de la extensión de selva húmeda tropical más grande del continente al norte del istmo de Panamá. Hace unos años la Alianza Nacional para la Conservación del Jaguar —una organización que contribuí a crear a principios de los 2000 y que hoy es un referente de cómo los científicos y líderes locales realmente podemos hacer la diferencia y lograr éxitos importantes en conservación— triunfó haciendo que México fuese el primer país del mundo que estimara el tamaño de su población de jaguares. El número es esperanzador: unos 4800 animales. Pero yo calculo —aunque sin datos empíricos— que esos 4800 representan un 20 % de los jaguares que existían en México hace sesenta años. Eso quiere decir que ya no podemos darnos el lujo de perder un solo jaguar. La mayor población está precisamente en la península de Yucatán, principalmente en el sur, pero se extiende tan al norte como Progreso y Cancún.
Del mismo modo, por la inmensa cantidad de cuevas y cenotes que existen en la península, las poblaciones de murciélagos son muy abundantes. Los servicios ecosistémicos que prestan son cruciales para el funcionamiento de los ecosistemas y para el bienestar humano. Tres de cada cuatro especies de murciélagos consumen insectos, incluyendo muchas especies de plagas de la agricultura, como el gusano elotero, el gusano cogollero, la palomilla de la caña y docenas más. Yo he estimado que existen más de veinte millones de murciélagos insectívoros en la península. Dado que cada millón de murciélagos destruye diez toneladas de insectos cada noche, los murciélagos eliminan más de doscientas toneladas de insectos cada noche.
Por otra parte, los murciélagos que se alimentan de fruta en la península pertenecen a unas diez o quince especies y son muy abundantes. Estos murciélagos son el elemento natural más importante para la regeneración de las selvas. Hemos demostrado que los murciélagos dispersan entre dos y cinco semillas por metro cuadrado por noche, mientras que las aves dispersan menos de media semilla por metro cuadrado por día. Casi el 90 % de las semillas dispersadas por los murciélagos son de plantas pioneras —precisamente aquellas que disparan el proceso de regeneración de las selvas— como la yerba santa, el guarumbo, la sosa, y otras. Pero los murciélagos también dispersan semillas grandes de árboles altos de la selva madura, como ciruelos tropicales, chicozapotes, zapote negro, y más.
Finalmente, varias especies de murciélagos se alimentan de néctar y polen de las flores, y por ello funcionan como polinizadores de muchas plantas ecológica o económicamente importantes. Árboles como la clavellina, la ceiba sagrada de los mayas y la balsa, entre muchas otras especies, dependen de los murciélagos para su polinización. Pensar en una península sin murciélagos es pensar en un ecosistema radicalmente distinto al que vemos hoy, con un control de plagas muy degradado y una dispersión de semillas y una polinización seriamente alteradas. Nadie en su sano juicio quiere correr el riesgo de perder a estos grandes aliados naturales.
En el mismo sentido, la actividad humana ya está afectando el acuífero de la península. Las granjas porcinas cercanas a Mérida y la contaminación urbana de Playa del Carmen son sólo dos de los ejemplos más notorios y documentados de que estamos jugando con el futuro de los habitantes de la península. La contaminación del acuífero maya es un riesgo que puede convertir a la península en un sitio inhóspito y degradado para la vida humana y la vida silvestre. El paso de un tren sobre la roca que salvaguarda el inner sanctum de la península —el agua dulce— es impensable: la roca se quebrará. La península, recordemos, está repleta de cuevas, cavernas, cenotes, y otras oquedades, y el techo de muchas de esas cavernas tiene un espesor de menos de cincuenta centímetros. El peso de la maquinaria pesada sobre esta roca ya ha fracturado el techo de muchas cuevas. ¿Qué será de ellas cuando en lugar de un bulldozer pase un tren?
Y entonces… ¿qué hacer?
No dudo en lo más mínimo de las intenciones del presidente López Obrador cuando dice que quiere transformar a México y traer el verdadero progreso a las comunidades más marginadas del país. La pregunta, más bien, es cómo lograr esos fines sin “descobijar” otras iniciativas al jalar la proverbial cobija que al parecer se sigue encogiendo mientras las necesidades de arropar sus proyectos siguen creciendo sin cesar. Ya hemos visto que la construcción del tren ha avanzado sin los permisos correspondientes, sin las manifestaciones de impacto ambiental que las leyes mexicanas exigen, sin la aprobación de las comunidades afectadas por el tren. En días recientes el presidente ha dejado claro que acelerará el paso en la obra, declarando el Tren Maya como una obra de seguridad nacional, lo que le permitiría actuar por encima de las leyes, amparos, y derechos de los amparados. ¿Es esto justificado? ¿Legal? ¿Es peligroso para el Estado de derecho? Dejo esas preguntas para los versados en temas jurídicos. Hemos visto también que los otros dos proyectos estrella del presidente, el Aeropuerto Internacional Felipe Ángeles y la Refinería de Dos Bocas, han quedado muy por debajo de las expectativas de los mexicanos.
Así pues, me permito dirigirme respetuosamente al presidente. Esta es la oportunidad de dejar un legado que, si bien no será el circuito cerrado que usted ha concebido, sí puede ser un ejemplo de lo que un líder comprometido con el futuro de la población puede lograr: respeto por el patrimonio natural de su país y una obra de la cual pueda estar orgulloso al final de su mandato y por décadas por venir. Ese legado puede ser un Tren Maya sustentable, amigable y respetuoso con el medio ambiente, moderno y funcional.
Para ello, presidente, me permito sugerir de la manera más respetuosa, afable, y basada en la ciencia más sólida disponible, que su legado sea un tren que conecte Palenque en Chiapas, con Escárcega en Campeche, Mérida en Yucatán, y Cancún en Quintana Roo, y ahí termine por el momento su recorrido. Este tren puede convertirse de manera relativamente sencilla en una obra defendible, presumible, y sustentable que contribuya a un futuro brillante para los pobladores de la península.
Para ello, este tren debe echar mano de la tecnología más avanzada. Debe, por ejemplo, contemplar la presencia de pasos de fauna elevados y no simples alcantarillas que responden más a las necesidades de ingeniería que a aquellas de la vida silvestre. Para que el Tren Maya pueda funcionar sin causar daños desmedidos al ecosistema, necesitaría de un mínimo de cuarenta pasos de fauna elevados, cubiertos de vegetación y con una longitud de por lo menos cincuenta metros cada uno, parecidos a los que se han instalado de manera comparativamente barata en las enormes autopistas que rodean Los Ángeles, California, para proteger la población local de pumas, o en España para la protección del lince ibérico, el felino más amenazado del planeta.
Este planteamiento está dentro del universo posible si hoy decide usted enfocar todos sus recursos materiales, humanos y económicos en hacerlo realidad de esta forma. Así, entregará usted una obra digna de orgullo, y usted, junto con todos los mexicanos, celebraremos este gran logro para bien del país.
Rodrigo Medellín
Investigador del Instituto de Ecología de la UNAM
Publicado por la Revista Nexos